Un aguatero tenía dos grandes vasijas colgando a los extremos de un palo, encima de sus hombros. Una de ellas tenía una grieta, en tanto la otra era perfecta, y llegaba completa al final del largo camino desde el arroyo hasta la casa.
La vasija rota llegaba sólo con la mitad del contenido. Por años esto fue así. La vasija sana estaba muy orgullosa de sus logros, insuperable en aquello para lo que fue creada.
La pobre agrietada estaba avergonzada de su imperfección, y se sentía miserable pues sólo conseguía la mitad de lo que debía hacer.
Un día, habló al aguador, diciéndole:
-Estoy avergonzada, y quiero disculparme contigo...
-¿Por qué? -preguntó el aguador-.
-Debido a mis grietas, sólo puedes entregar la mitad de mi carga, obteniendo la mitad del valor de lo que deberías.
Con gran compasión, le respondió:
-Cuando regresemos a casa del patrón, quiero que notes las bellísimas flores a lo largo del camino.
En efecto, vió muchísimas flores hermosas, pero de todos modos se sintió apenada, porque al final sólo llegaba media carga.
El hombre inquirió: ¿observaste que las flores sólo crecen en tu lado del camino?
¡Siempre he sabido de tus grietas y quise obtener ventaja de ello! ¡siembro semillas de flores a lo largo del camino, del lado en que tú vas, y todos los días las has regado! ¡He podido recogerlas para decorar el altar de mi Madre!
Si no fueras como eres, Ella no hubiera tenido esa belleza sobre su mesa.
Si sabes cuáles son tus grietas, aprovéchalas, ¡no te avergüences de ellas!
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