lunes, 22 de diciembre de 2008

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Durante la Guerra de la Independencia, el sargento de una pequeña Compañía daba órdenes a sus subordinados, que estaban tratando de transportar una viga muy pesada , completando algunos trabajos militares. El peso era terrible, y se oía al sargento gritando a menudo: -¡Alcen!, ¡alcen!, ahí va, otra vez ¡alcen! ¡¿que les pasa?! ¿no desayunaron hoy? ¡vamos con fuerza! ¡alcen! Un caballero sin uniforme, pasaba por allí y preguntó porqué él mismo no les ayudaba un poquito.
Atónito, y con la majestad de un emperador, dijo:

- Señor, yo soy un sargento

-¿De veras lo es usted? - replico el desconocido -, no sabía esto.
Y quitándose el sombrero, saludó diciendo:
-Perdone usted, señor sargento.
Luego desmontó, y comenzó a ayudar a los soldados en su pesada tarea, hasta que el sudor corría por su frente.
Cuando la viga fue por fin levantada, se dirigió al excelso hombre, y le dijo:

- Señor sargento, cuando vuelva a tener un trabajo como éste, y no tenga suficientes hombres, mande por su general, y vendré con gusto y ayudaré en una nueva ocasión.
El sargento quedó desconcertado por esas palabras, y entendió que el oficial que le había dado esta lección era el mismo George Washington, general en jefe del ejército americano.

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