En un increíble jardín, en Oriente, aprovechando el fresco de la tarde, paseaba un hombre por sus predios. De sus habitantes, el más bello y amado era un noble bambú, que era consciente de su cariño y de que aquél se complacía contemplándolo.
A pesar de todo, era siempre humilde, y de actitud amable. Con frecuencia se ponía a bailar y a balancearse alegremente, inclinándose en jubiloso abandono. Presidía la gran danza del parque, que llenaba de gozo el corazón del Amo.
Cierto día, el Amo se acercó a Bambú, observándolo detenidamente. Con curiosa expectativa, Bambú se inclinó en reverencia.
-Bambú, necesito tus servicios.
-Amo, estoy dispuesto. Dime qué deseas.
-Necesito llevarte de aquí: cortarte -dijo con voz grave-.
Horrorizado, se estremeció Bambú:
-¿Co... cortarme... a mí, a quien convertiste en el más hermoso de tu jardín? ¿Cortarme? ¡Ah, no! Sírvete de mí para tu placer, pero... ¡no me cortes!
-Mi precioso Bambú -dijo el Amo con voz aún más grave-, si no te corto, no me serás útil.
Se alcanzó a oír un susurro. Contestó:
-Si sólo puedo serte útil así, haz entonces tu voluntad. Córtame.
-Mi amado Bambú, debo también cortar tus hojas y ramas.
-Te suplico, ¡ten piedad! Tálame, y pon mi belleza entre el polvo. Pero... ¿es necesario que también me arranques las hojas y las ramas?
-Ay, Bambú; sólo si las corto, me servirás.
Bambú tembló, presa de terrible ansiedad, y asintió quedamente:
-Amo, corta ya.
-Bambú, Bambú, debo también partirte en dos y sacarte el corazón. Si no lo hago, no me serás útil.
-Ay, Amo mío, corta entonces y párteme.
Así, pues, el Amo cortó a Bambú, podó sus ramas, arrancó las hojas, lo partió en dos y le quitó el corazón. Lo alzó entonces cuidadosamente y lo llevó hacia un manantial del cual surgía a borbotones agua fresca y cristalina, en medio de sus resecas tierras. Luego, lo depositó suavemente en el suelo, apoyando un extremo en la fuente, y el otro en un canal que llevaría el precioso líquido hacia el campo, el cual se lanzó con júbilo a través del cuerpo rajado de Bambú, hacia la tierra sedienta.
Enseguida plantaron arroz. Transcurrieron unos días. Aparecieron los brotes. Llegó el tiempo de cosecha. El cuerpo de Bambú, otrora erguido en su imponente hermosura, cobró más gloria aún en su humildad y quebranto.
Antes abundaba en vida.
¡Pero al ser quebrantado se convirtió en un canal de vida en abundancia!
Anónimo
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