miércoles, 10 de diciembre de 2008

A un Metro del Oro

Un tío de R. V. Darby, fue presa de la fiebre del oro, y fue al Oeste a hacerse rico. Desconocía que se saca más oro de los pensamientos que de la tierra. Obtuvo su licencia y fue a trabajar con el pico y la pala. Tras varios meses de trabajo descubrió una veta.
Necesitaba maquinaria para extraer el mineral.
Con discreción, cubrió la mina, volvió a su hogar en Maryland, y habló a sus parientes y a algunos vecinos del hallazgo. Reunieron el dinero para adquirir lo necesario, y lo enviaron. Darby y su tío volvieron a trabajar en ella.
Extrajeron el primer carro de mineral y lo envia­ron a fundir. ¡Con pocos carros más saldarían to­das las deudas y empezarían a ganar dinero en grande!
Entonces ocurrió algo: ¡El filón desapare­ció!
Habían llegado al final del arco iris, y la olla de oro no estaba allí. Perforaron para volver a encontrar la veta, pero fue en vano. Finalmente, abandonaron.
Vendieron la maquinaria a un chatarrero por pocos centenares de dólares, y tomaron el tren de vuelta a casa. Tras haberle sido encargado un minucioso análisis,
un ingeniero informó que el proyecto había fracasado porque los dueños no estaban fami­liarizados con las vetas falsas. Sus cálculos indica­ban que la veta reaparecería ¡a un metro de donde los Darby habían dejado de perforar! ¡Y allí preci­samente fue encontrada!
El chatarrero extrajo millones de dólares en mi­neral, porque buscó asesoramiento antes de darse por vencido. Mucho tiempo después, Darby se resarció sobra­damente de su pérdida, cuando descubrió que el de­seo puede transmutar en oro. Al ingresar al negocio de la venta de seguros de vida, y recordando que había perdido una inmensa for­tuna por haber dejado de perforar a un metro del oro, aprovechó esa experiencia en el trabajo elegido, diciéndose a sí mismo: «Me detuve a un metro del oro, pero jamás me detendré porque me digan "no" cuando trate de vender un seguro». Se convirtió en uno de los pocos hombres que venden un millón de dólares anuales en segu­ros. Su tenacidad se debía a la lección que había aprendido en el negocio del oro.
Antes de que el éxito aparezca en la vida de cual­quier hombre, seguramente encontrará muchas frustraciones temporales, y tal vez algún fracaso.
Cuando la frustración se adueña del hombre, lo más fácil es abando­nar. Es lo que la mayoría de los hombres hace. Los más próspe­ros deben sus mayores éxitos a haber dado un paso más allá del punto en que la frustración se ha­bía apoderado de ellos. El fracaso es un embustero con un mordaz sentido de la ironía y la malicia.

¡Se deleita en hacernos tropezar cuando el éxito está casi a nuestro alcance!

Fuente: "Piense y Hágase Rico" - Napoleón Hill

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