En Semana Santa recordamos el mayor sacrificio, el mayor obsequio, el más espléndido de los favores que se haya concedido humanidad en toda su historia.
Dios se hizo hombre. Jesús fue un carpintero pobre, de humilde cuna. En su adultez se dedicó a predicar, a enseñar y a sanar enfermos, y reunió un grupo de seguidores.
Los adversarios del amor y la libertad que pregonaba lo mataron clavándolo a una cruz, la ejecución más cruel que podamos imaginar.
Murió dando ejemplo del amor que predicaba, al perdonar a los que le daban muerte, y consolar al ladrón arrepentido que moría a Su lado.
Tres días después demostró que era Dios resucitando de entre los muertos.
En esta época del año celebramos Su triunfo: no Su muerte, sino Su vida.
Una vida que no consintió en dejarse vencer por la muerte. Una vida que hizo retroceder el dolor, el sufrimiento y la desesperación. Una vida que aniquiló a los grandes enemigos del hombre: sus propios defectos y debilidades.
Por ser humanos y estar llenos de imperfecciones, no merecemos estar al lado de Dios, Quien es perfecto en todo sentido.
Con amor que sobrepasa nuestro entendimiento, Jesús asumió el castigo que nos correspondía a por nuestras malas acciones... para decir, desde el madero: "Consumatum est". Había cumplido Su misión. Había expiado nuestros pecados. A partir de ese momento podíamos acogernos a Su perdón y emprender una vida nueva.
Jesús fue directo a la raíz de todos los padecimientos, pesares y horrores causados por los pecados humanos, y nos perdonó a todos. De ese modo allanó el camino para que estuviéramos con Él en el Cielo por la eternidad. Sólo tenemos que creer y aceptar el regalo que nos ofrece: Su perdón y salvación.
¿Lo aceptas? ¿Dejarás que tus pecados e imperfecciones mueran con Aquel que pagó por ellos, y que clavando la mirada en tus ojos te ofrece Su perdón?
Jesús puede perdonarte todo lo malo que hayas hecho y ayudarte a empezar de nuevo.
Dale la oportunidad. Éste es el momento. Él te espera. Sólo debes abrirle tu corazón y decir: Jesús, te acepto como Señor y Salvador. Te ruego que perdones mis pecados. Lléname de Tu Espíritu y Tu vida. Ayúdame a creer y confiar en Ti. Ayúdame también a mejorar en mis puntos flacos. Amén.
Está presto a responderte desde el momento en que le plantees tus necesidades...
Adaptado de:"Palabras que Alimentarán tu Alma"
domingo, 5 de abril de 2009
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