viernes, 10 de abril de 2009

Crucifixión

El acto de crucifixión era terrible. Varios hombres inmovilizaban al reo. Uno en cada brazo y otro en las rodillas. Un cuarto tomaba el clavo lo colocaba sobre las muñecas y con fuertes y diestros golpes atravesaba la carne y todos los tejidos, y adhería la mano a la madera. Los pies se colocaban uno sobre otro, y, con un clavo más largo los atravesaban pegándolos a la cruz. Luego levantaban la cruz y el cuerpo quedaba pendiente de los tres clavos. Todo el cuerpo se desplomaba. Los gritos de dolor se atenuaban por la dificultad para respirar.

La crucifixión de los dos ladrones fue dura, difícil, cargada de luchas e insultos. Cuando llegaron a Jesús, los soldados vieron, con sorpresa, que no se defiendía. Intentabann sujetarlo, pero no ofrecía resistencia. Se tendió en el madero y extendió sus brazos.

Es el Sacerdote eterno que abre sus brazos, abarcando a todos los hombres de todos los tiempos que necesitan misericordia.
El Padre eterno observa el amor del justo y une su dolor al del Hijo.
El Espíritu Santo actúa en la voluntad humana de Jesús impulsándole al sacrificio. El tiempo se detiene en el acto más sagrado de la historia de los hombres, aunque esté envuelto por tanta ignominia.
Se está masnifestando un amor divino y humano que son superiores a todos los dolores imaginables que los hombres puedan llegar a sufrir. Cuando el primer clavo atraviesa la mano derecha en el lugar preparado, todo el cuerpo se retuerce, y Jesús contiene un lamento que sale de su tormento. Después le estiran la izquierda, para que coincida con el agujero del otro lado, y se repite el suplicio. Cruzan los pies apoyándose en las rodillas y los atraviesan de un golpe certero. Todo el cuerpo se arquea como la cuerda de un violín. Golpean más, y fijan bien los pies a la cruz. Por fin, lo levantan, y el cuerpo queda sujeto por aquellos tres clavos; toda la respiración se hace difícil y asfixiante. La sangre mana de las tres heridas hasta el suelo. Cada respiración, cada palabra, intensifica el dolor. Los músculos se contraen. La mente se nubla por la falta de oxígeno. El calor del mediodía se ceba en los crucificados y las moscas acuden a la sangre sin que nadie pueda apartarlas. Así van a transcurrir aquellas tres interminables horas en las que se consuma el sacrificio perfecto realizado por amor y obediencia.


Tomado de: Tres años con Jesús
(Enrique Cases)


... Hoy es viernes Santo: día de oración, reflexión y análisis; también de duelo, pero, por otro lado, y, a pesar de la muerte de alguien amado, de comprensión de que esa muerte es sacrificio, entrega, amor infinito, y ¡¿cómo puede dejar de alegrarnos tamaña prueba de amor?!.
Sí, es que Nuestro Padre, aún desde lo más terrible que podamos imaginar, como lo fue la muerte de su Predilecto, nos grita cuánto nos ama, al punto de la locura absoluta, dándonos a su propio Hijo para salvarnos...


Si alguna vez nos sentimos poco amados... ¡pensemos en el viernes Santo! ¡No hay excusas!

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