sábado, 25 de abril de 2009

Generosidad

La enfermera acompañó a un joven cansado y ansioso hasta la cama de un hombre mayor.
Su hijo está aquí, le susurró al paciente.
Tuvo que repetir esas palabras varias veces antes que los ojos del paciente se abrieran.
Estaba bajo efectos de un fuerte sedante debido al dolor por su ataque al corazón, y veía confusamente al joven parado en el exterior de su carpa de oxígeno.
Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento. La enfermera trajo una silla al lado de la cama. Toda la noche, el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano, y dándole palabras de esperanza.
Al acercarse la madrugada, el paciente murió.
El joven fue a notificar a la enfermera, y la esperó, mientras hacía lo necesario.
Cuando concluyó su tarea, ésta comenzó a prodigar palabras de consuelo.
Él la interrumpió.
- ¿Quién era ese hombre?, le preguntó.
- Creí que era su padre, contestó la sorprendida enfermera.
- No, contestó él, nunca antes lo había visto.
- ¿Por qué, entonces, no dijo nada usted cuando lo llevé hasta él?, preguntó la enfermera.
- Yo también sabía que él necesitaba a su hijo, que no estaba aquí.
Cuando percibí que estaba demasiado enfermo como para distinguirlo, comprendí cuánto me necesitaba.

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