Una joven estudiante, estaba en casa por el verano.
Visitó algunos amigos, y por quedarse platicando, se le hizo muy tarde, más de lo que había planeado, y tuvo que caminar sola a su casa.
No tenía miedo porque vivía en una ciudad pequeña y vivía sólo a unas cuantas cuadras del lugar.
Mientras caminaba, pidió a Dios que la mantuviera salva de cualquier mal o peligro.
Cuando llegó a un callejón que le servía como atajo, decidió tomarlo.
Sin embargo cuando iba por la mitad, notó a un hombre parado al final, como que estaba esperando por ella.
Nerviosa, empezó a rezar a Dios por protección.
Un sentimiento de tranquilidad y seguridad la envolvió, como si alguien estuviera caminando con ella: llegó al final del callejón, pasó justo delante del hombre, y llegó bien a su casa.
Al día siguiente, leyó en el periódico que una chica había sido violada en aquel mismo callejón, unos 20 minutos después de que ella pasara por allí.
Sintiéndose muy mal, y pensando que pudo haberle pasado a ella, comenzó a llorar dando Gracias a Dios por haberla cuidado, y le rogó que ayudara a la otra joven.
Decidió ir a la estación de policía, pues podría reconocer al sospechoso, y les dijo su historia.
El policía preguntó si estaría dispuesta a identificar a quien vió la noche anterior en el callejón: ella accedió, y sin dudar, lo reconoció.
Cuando el hombre supo que había sido identificado, se rindió y confesó.
El policía agradeció su valentía y le preguntó si había algo que pudieran hacer por ella y ella pidió que preguntaran al hombre por qué no la atacó a ella cuando pasó por el mismo callejón.
Cuando el policía le preguntó, el hombre contestó: “Ella estaba acompañada, había dos hombres altos, caminando uno a cada lado".
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