Hay leñadores famosos, con gran energía, dominio, y habilidad manejando el hacha.
Un joven que quería convertirse en gran leñador, oyó hablar del mejor de los leñadores, y decidió ir a su encuentro.
-Quiero ser su aprendiz. Quiero cortar árboles como usted.
El joven aprendió las lecciones, y, después de algún tiempo creyó haberlo superado.
Se veía más fuerte, ágil, joven... estaba seguro de vencer fácilmente al viejo.
Así, desafió a su maestro a competir durante ocho horas, para probar quién podía cortar más árboles.
El maestro aceptó de buena gana; y el joven comenzó a cortar árboles con entusiasmo y vigor. Entre árbol y árbol miraba a su maestro, pero la mayor parte de las veces lo veía sentado.
El joven volvía entonces a sus árboles, seguro de vencer, aunque sintiendo pena por su querido maestro.
Al caer el día, increíblemente, el viejo maestro había cortado muchos más árboles que él
-¿Cómo puede ser? —se sorprendió— casi todas las veces que lo miré, usted estaba descansando.!
-No, hijo; yo no descansaba: estaba afilando mi hacha.
¡Esa es la razón por la que pude ganarte.
A menudo actuamos igual cuando comenzamos algo:
Nos entusiasmamos mucho en los primeros días, y queremos seguir obteniendo iguales resultados. Pero olvidamos afilar nuestras hachas...
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